VOCACION
Del lat. vocatio, -ōnis ‘acción de llamar’.
3. f. Inclinación a un estado, una profesión o una carrera.
SERVICIO
Del lat. servitium ‘esclavitud, servidumbre’.
1. m. Acción y efecto de servir.
VOLUNTARIADO
3. m. Conjunto de las personas que se ofrecen voluntarias para realizar algo.

¿Por qué te dicen Pompa?

Mi familia es muy hincha de Danubio. El día que yo nací el Pompa Borges metió un gol y ahí mi abuelo decidió que mi sobre nombre sería Pompa y desde ese día nunca más nadie me volvió a llamar por mi nombre.

¿La vocación de servicio es un don?

Pienso que en parte sí y en parte se puede uno ir educando y desarrollando a nivel personal. En mi caso, me di cuenta muy de chica que me gustaba el servicio y me iba involucrando en distintas actividades.

Podría decir que uno de los disparadores eran las actividades CAS del colegio. En aquel entonces tenía 16 años y me encantaba. El primer año fui a hacer voluntariado al cotolengo Don Orione y después trabajé en algunas ONG como Techos. También mucha actividad en la parroquia San José de la Montaña que es donde siempre fui.

Volviendo a tu pregunta creo que sí es un don que se puede mejorar.

¿Cuáles son tus primeros recuerdos?

Me acuerdo de mi casa y de mi familia. ¡Era una mal criada! Recuerdo a mi padre durmiendo en el piso a mi lado hasta los 4 años.

¿Cómo estaba conformada tu familia? ¿Dónde vivías?

Tengo padre, madre y somos tres hijas mujeres, yo soy la menor, ¡todas fuimos al British!  Ahora estamos todas casadas y tenemos hijos. Después, somos una familia muy numerosa por parte de mamá y papá.

Contanos de tu época del colegio

Mis mejores recuerdos nacen en la etapa del liceo. El tema del servicio empezaba a ocuparme cada vez más. Había decidido hacer quinto y sexto del liceo en el Juan XXIII pero las actividades CAS me gustaron tanto que me quedé y terminé en el British. Eso me abrió la cabeza, me llamaba mucho la atención el continente africano, empezaba a imaginar un viaje, largo…. Recuerdo que estando en el colegio les escribí una carta a mis padres contándoles de mis ideas de viajar (una vez terminado el colegio, claro) a esos lugares, y la compartí con Michael Miller y Susana Luzardo que eran nuestros tutores de CAS en aquel momento en que la idea comenzaba a nacer en mi corazón y fueron un gran soporte para mí, ya que en casa les parecía una locura.

La medicina ¿es una vocación o una profesión?

Sin duda un poco de las dos. Yo estoy muy agradecida de haber hecho medicina en parte porque me ayudó a canalizar esa necesidad y esa vocación de servicio en el día a día. También me sirvió para “apagar” momentáneamente aquel llamado a viajar a lugares donde la gente realmente necesita ayuda. Mis padres trataban lógicamente de que me olvide de esas ideas locas ¡de irme un año a África!  Me decían “cuando te recibas de médica vas a poder ayudar a mucha gente”.

¿Cuáles eran tus objetivos cuando decidiste lo que querías hacer?

Poder recibirme de una profesión que este volcada al otro y poder ayudar desde ahí pero no mucho más objetivo que ese.

¿Qué son los “cuidados paliativos”?

Cómo medica siempre me gustó el paciente oncológico, un paciente vulnerable al cual hay un montón de formas de acompañar. Así que di la prueba para entrar a la especialidad de oncología y es el post grado que estoy haciendo y termino en abril del año que viene. El tema es que cuando entré en contacto con estos pacientes enseguida me di cuenta que me gustaban mucho los cuidados paliativos, que son los cuidados del paciente que no tiene por qué ser oncológico, pero que tiene una enfermedad irreversible y progresiva que va a terminar llevándolo a la muerte. Entonces…me gustó más que oncología como profesión, en realidad es un complemento de la oncología.

En definitiva, es el acompañamiento del paciente desde todo punto de vista. Desde lo social, lo psicológico, espiritual, existencial. Apoyo para él y su familia. Es algo muy intenso que tiene un montón de recompensa. Poder ver esas realidades me ayuda a crecer y a poder ver la vida desde otro lugar y a valorar las cosas.

¿Existe una manera de decirle a una persona que se va a morir?

Lo que existe es ver que quiere saber el otro, a que está dispuesto, eso es lo más importante porque formas existen, pero siempre hay que tener la delicadeza de poder evaluar que está necesitando esa persona, que está dispuesto a escuchar. Ahí sí se puede avanzar. Hay pacientes que necesitan saber todo lo que está pasando, que es lo que puede pasar, que síntomas pueden aparecer. Se quieren preparar para el final, quieren despedirse, quieren pedir perdón. Quieren hacer un camino muy lindo desde el punto de vista emocional y no físico. Y también están los que prefieren no saber. Yo creo que es muy difícil el proceso de muerte en nuestra sociedad y en occidente en general, a diferencia de otros lugares donde es más normal el morir.

¿Y por qué es enriquecedor? Porque la persona que se encuentra en esa situación tiene una profundidad mucho más linda, está a punto de dar un paso muy importante, entonces hay como un desapego, un crecimiento y una profundidad que muchas veces quienes acompañamos no llegamos a entender, pero es bueno saberlo acompañar.

Contanos de tu experiencia en Etiopia en 2013. ¿Cómo llegaste allí y por qué?

Se había gestado durante mi adolescencia las ganas de irme de misión, de voluntariado y durante esos años un poco mi familia y otro poco los estudios fueron “apagando” ese deseo, pero siempre estuvo en mi corazón.

Estaba terminando el cuarto año de facultad. Si daba bien todo, tenía el verano libre, con el último examen me la jugué ¡porque me fui antes de saber el resultado!

Nos pusimos a organizar el viaje con dos amigas del colegio, Claudia Acle y Josefina Ache, con quienes también compartíamos parroquia y las tres teníamos muchas ganas de irnos a hacer un voluntariado a otro país. Queríamos que fuera desprendido, desapegado de todo, por eso también el lugar elegido. Queríamos vivir una experiencia fuerte.

A las tres siempre nos atrajo mucho la figura de Madre Teresa de Calcuta, personalmente creo que de las congregaciones religiosas es de las que tiene una vocación de servicio más marcada y más clara. Ese amor –como decía Madre Teresa- de los pobres entre los pobres. Decidimos que queríamos ir a hacer voluntariado con estas hermanas, quienes viven un voto de pobreza muy grande, entonces no tienen computadoras ni celulares, es muy difícil contactarlas. En internet había una lista de teléfonos de cada región así que empezamos a llamar por Skype. La idea era vivir exactamente igual que ellos, por lo que pedimos para vivir dentro del “complejo” como le llaman al lugar y Etiopía nos respondió que nos recibían en la casa de huéspedes dentro del complejo. Este fue el motivo principal de por qué Etiopia termino siendo el destino. Burundi y otras regiones de India nos habían respondido que dentro del complejo no podíamos quedarnos.

Así que allá salimos a comprar los pasajes, sin siquiera tener en cuenta la visa que necesitábamos, que además era re difícil de conseguir.

Desde Etiopía no nos preguntaron nada, mas allá de la consulta sobre nuestra fecha de llegada, que era el 1 de enero y nuestro regreso que fue el 4 de marzo de 2013.

La congregación tiene en Etiopía 19 casas en la capital y en el interior y nos podía tocar en cualquiera de ellas.

De Etiopía te puedo decir que es un país ancestral de unos 120 millones de habitantes, nunca fue colonizado, lo que lo hace profundamente auténtico y milenario. Tienen diferente uso de las horas del día, otro calendario y más de noventa dialectos, siendo el amárico el principal. ¡Nos costó unos días adaptarnos y entender!

Llegamos a la capital con Jose y Cloti, fuimos a visitar a las hermanas quienes nos dijeron que nuestro destino final era Jima, una ciudad del interior https://www.ecured.cu/Jima_(Etiop%C3%ADa)

Para darte una idea un recorrido de 250 km el ómnibus demoró 9 horas. Unas rutas impresionantes, llegamos a Jima de noche, bajamos las tres “blancas” en un lugar donde no hay una sola persona “blanca”. Nos subimos en esas motito-triciclo que son el taxi de ahí y arrancamos, los conductores no tenían la menor idea de hacia dónde íbamos y a cada rato paraban a preguntar…la verdad que fuimos con una ingenuidad muy linda de saber que todo iba a estar bien y de hecho lo estuvo. Los etíopes son personas buenas y nobles, nunca tuvimos un problema, al contrario.

La cosa es que llegamos al complejo, nos recibieron y nos llevaron a la casita donde viviríamos los próximos dos meses.

La manera de vivir allí es muy libre. Si bien existen normas como por ejemplo la hora de cierre de los portones de noche, la suelta de perros, etc., nadie te va a decir lo que tenes que hacer, nadie te va a buscar para trabajar. Las cosas allí suceden igual estés o no estés, ellas hacen lo mismo. Es un lugar donde hay quinientos pacientes y ellos son nueve monjas, veinte trabajadores, dos enfermeros y un médico. Están al palo todo el día y uno se tiene que ofrecer todo el tiempo para ir ayudando en distintas tareas. Acompañábamos a los enfermos a los pies de la cama en los procesos de muerte, para que no mueran solos. Allí fui que descubrí que me gustaban los cuidados paliativos y me gustaba mucho acompañarlos en ese proceso y que la persona se sienta amada hasta el último momento. Los bañábamos, les cortábamos las uñas, el pelo, limpiábamos los baños donde no había waters. Era conmovedor ver a esas monjas vestidas de blanco trapeando los baños, nosotros nos sentíamos muy bien acompañándolas y trapeando a la par.

Hicimos de todo, jugábamos con los niños, Jose les daba clases de inglés, pero lo principal era acompañar.

“CUANDO UNO DICE CURACIONES SE IMAGINA ALGO SIMPLE. EN ETIOPÍA CULTURALMENTE, ANTES DE LLEGAR A UN CENTRO DE ASISTENCIA, LA GENTE ACUDE A LA MAGIA NEGRA, LOS HECHIZOS, ENTONCES CUANDO VIENEN EN BUSCA DE AYUDA, LAS ENFERMEDADES LLEGAN MUY EVOLUCIONADAS”

Llega el momento de volver de ese primer viaje. ¿Qué te dejo?

Te diría que la vuelta fue dura. Viví una plenitud que nunca había sentido. Si no fuera porque tenía que retomar la facultad me hubiera quedado. Fueron dos meses muy fuertes y me costó y me sigue costando la vuelta a la rutina, a los temas familiares, a las conversaciones en las reuniones. Me pasaba que sentía “culpa” de volver a lo mundano, a la comodidad de mi casa. Me costó bastante esa vuelta. Tenía un novio que no compartía esas ganas de irme tanto tiempo a un lugar como Etiopia, mis padres siempre preocupados no querían que me vuelva a ir sola. Así que pasaron tres años hasta que volví a viajar a Etiopía. Fue en 2017 esta vez me fui sola. Ahora ya estaba recibida de médica y había aprobado el ingreso para hacer la especialidad en oncología que arrancaba en abril. Otra experiencia maravillosa, esta vez me alojé en la capital, sentía que ese era mi lugar en el mundo, me sentía plena. Arrancaba yendo a misa a las 6 am, después repartía el desayuno, desayunaba yo y a darle. Eran jornadas de mucha actividad.

Lo más fuerte de ese segundo viaje fue que al segundo día de llegar me encontré con un chico de unos veinte años, Ayenafi era su nombre. Tenía un tumor en el brazo del tamaño de dos pelotas de básquet, todo ulcerado, un tumor muy complicado, Ayenafi tenía mi misma edad y estaba sufriendo muchísimo en un país donde no existen los cuidados paliativos, no existen los analgésicos, la morfina prácticamente no existe ni está disponible. Entonces prácticamente todo mi voluntariado de ese año fue estar a los pies de la cama con él. De hecho, yo me volvía un día a las 10 de la noche y el falleció ese mismo día a las 04 de la mañana. Pude acompañarlo hasta el final por suerte, ayudarlo a cargar con esa cruz, con ese sufrimiento. Faltando tres días para que falleciera apareció el padre, fue muy lindo. Y yendo a tu pregunta de si se le puede decir a una persona que se va a morir, todo depende de lo que esa persona quiera. En el caso de Ayenafi más de una vez me desafió con preguntas del tipo “¿Me estoy muriendo? Decime la verdad”. Me acuerdo que en un momento nos miramos con lágrimas en los ojos los dos y le dije que sí, que se estaba muriendo. Ayenafi era un caso excepcional, hablaba inglés, era un chico que había llegado a ir a la Universidad y luego, a raíz de su enfermedad, tuvo que abandonar todo, gastó todo su dinero y terminó siendo recibido por la congregación de hermanas, que reciben solo a enfermos en extrema pobreza.

¿Cómo era un día de trabajo tuyo en Uruguay?

Cuando regresé de aquel segundo viaje empecé a trabajar en la unidad de cuidados paliativos del Hospital Evangélico así que de 8 a 16 hs estaba en el Clínicas y de ahí me iba a ver pacientes a domicilio. Por lo general tratamos que los esos pacientes estén la mayor parte del tiempo en su casa, muy pocas veces ingresan como internación porque la idea es que estén rodeados de sus cosas, su comodidad, su familia, poder estar acompañados sin restricciones. Así que visitaba pacientes y terminaba a las 20, a veces a las 22… y volvía a casa. Todavía vivía con mis padres y así eran mis días, centrada en oncología, en terminar la carrera, porque me quería volver a ir.

Contanos tu experiencia en Etiopía en 2018

Me fui con tres amigas: una de facultad, otra amiga de la parroquia y otra que viajó con el novio, éramos cinco. Esta vez no dividieron y quedamos todos separados. Ellos te preguntan si estás dispuesto a dividirte ya que les sirve mucho más. A mí por suerte me tocó con Chili que era mi compañera de facultad, habíamos hecho puerta de emergencia en el internado en el último año de la carrera de medicina.  Nos tocó asistir partos, literalmente hacer de parteras. Allá es bastante común que los nacimientos ocurran en los hogares. Generalmente no hacen a tiempo de llegar a lugares asistenciales y ese es el motivo de la alta mortalidad materna y neo natal. Pero de ese viaje tengo una anécdota que es muy linda. Etiopía se había declarado en estado de emergencia por los problemas que hay entre las etnias y para que los grupos no se organicen, “bajaron la llave” de internet, estábamos aislados. Hubo un comunicado sobre un posible ataque a nuestro complejo. Nos pidieron que no saliéramos del cuarto y en ese momento traen de la calle a una mujer con trabajo de parto avanzado, ya no tenía contracciones, había roto bolsa hacía más de 24 horas y venía amamantando a un bebe de un año. El escenario era caótico, pero fue increíble como trabajamos y como se dio ese nacimiento, como hicimos que ese bebe naciera y naciera bien.

“NO ME GUSTABA EL “SOY MÉDICA, VENGO A…” ME GUSTABA EL VENGO A HACER LO QUE SEA NECESARIO, LO QUE DIOS QUIERA, LO QUE USTEDES NECESITEN. Y PODER SERVIR SIN PRETENCIONES…”

Llega 2019 y un viaje que te iba a marcar para toda la vida

Fue increíble. Éramos un grupo de seis uruguayas. Vuelve Chili mi amiga ginecóloga, estaba Teresa una nefróloga de setenta años, que vino con su hija que era amiga mía de Techos, después vino Luisa, una chica que era nutricionista que había estudiado en Los Pilares y me contactó, y vino Rebe, una partera.

Y en ese viaje conozco a Patricio, mi marido. La historia es graciosa. Pato estaba con Fede, un amigo, en un viaje turístico que seguía en un voluntariado en el interior y luego se iba a Calcuta, a las Misioneras de la Caridad.

Resulta que la persona que los iba a buscar para llevarlos al voluntariado nunca apareció. Patricio se puso en contacto con las Misioneras de Calcuta y estas les recomendaron presentarse donde íbamos a trabajar nosotras.

Cuando llegaron, las monjas que ya estaban mareadas con tantas visitas les preguntan:

¿Ustedes son amigos de Pompa?
¡Por supuesto! – le responden estos caraduras. “Vengan, los estamos esperando” fue la respuesta de la monja.

Nosotras llegamos esa misma noche. Cuando separaron los grupos, a mí me tocó quedarme en la capital con Teresa y con estos dos chicos argentinos. Fue un voluntariado muy lindo y con Patricio nos fuimos enganchando, después él se fue a Calcuta y yo volví a Uruguay.

  • «EN ETIOPÍA SI LLEGASTE A UNA EDAD ADULTA, ES QUE YA
    SOBREVIVISTE A UN MONTÓN DE ENFERMEDADES. EN EL
    INTERIOR LOS NIÑOS SE CURAN SOLOS DE NEUMONIA, LA
    REALIDAD ES QUE EL COVID NO LOS MATA»

Un día estaba trabajando en La Española y aparece Patricio recién aterrizado de Calcuta. No había vuelto a su país y me vino a buscar. Empezamos a salir, relación a distancia. Un fin de semana cada uno cruzaba el charco. La idea de irnos un tiempo más largo y experimentarlo como un posible estilo de vida, empezó a crecer en nuestras mentes y en nuestros corazones. Así que yo me pedí un año sabático en Oncología y en enero de 2020 nos volvimos a ir, esta vez con Pato, con la idea de estar un año en Etiopía. Patricio se fue quince días antes para comenzar a ayudar en la administración de las diecinueve casas que hay en Etiopía. Por el voto de pobreza no tienen computadoras, hay solo tres en la capital. Cada casa lleva la administración escrita en papel, luego las casas mandan todos los papeles a la “central” y allí pasan todo a la computadora. Una verdadera locura. El trabajo de Pato consistía en ayudar en la administración y en enseñar a los etíopes a usar la computadora y el Excel.

Yo me fui con Chili que era el tercer año que venía, Rebe y Pia. Llegamos, las chicas partieron para Jima y yo me quedé en la capital con Pato y otros voluntarios, un irlandés de setenta años que va todos los años, una veterana del Líbano que hace veinte años que va sin faltar, fisioterapeuta, coincidimos todos los años, somos muy amigas.

Después en febrero nos fuimos con Pato a Jima para estar unos días con las chicas y estuvo divino, pero yo me agarré una diarrea bacteriana parasitaria y al principio quise hacer como hacen ellos, curarme sola, después tomar un medicamento y esperar… después hablé con un infectólogo de ahí, después dos medicamentos intravenosos…no mejoraba y llegó un momento en que recibía tres litros de suero por día, ya era seria la situación, no respondía a los tratamientos. Patricio me propuso volver a la capital y yo entendí que era lo correcto. Regresamos a Adís Adeba y cuando comenzaba a recuperarme…la pandemia.

La idea inicial de aquel viaje era girar por todo Etiopía durante un año. Cada lugar es único, la geografía, la cultura, los idiomas y paisajes varían en distancias de cien kilómetros.

Nada de todo aquello que imaginamos sucedió.

Comenzaron los llamados del embajador argentino informándonos sobre el último vuelo que partía de Etiopía hacia Argentina… ¿se lo toman? ¿no se lo toman?… Lo pensamos y lo rezamos juntos. Si volvíamos también era un desastre. Pato se tenía que volver a Argentina y yo a Uruguay. Hubiese sido una catástrofe para la relación. Decidimos quedarnos. Todos los voluntarios se fueron cada uno a su país, quedamos Pato, las monjas y yo. Y la información que recibíamos a través de nuestros celulares con la que diseñábamos los protocolos sanitarios… setecientos pacientes, cuarenta trabajadores que entraban y salían todos los días, tomarles la temperatura, el agua jane ininterrumpidamente…trapeábamos pisos, ventanas, paredes. No sabíamos mucho sobre lo que pasaba y básicamente tratábamos de copiar lo que hacía el resto del mundo. Etiopía, con ciento veinte millones de habitantes, hacia tres mil testeos diarios. Y testeaban a los muertos para ver si habían muerto de COVID. Entonces, cada vez que se moría alguien… ¡lo testeaban!

Intentamos crear un área dentro del complejo para aislar a personas con síntomas, pero era imposible. Un paciente empieza con síntomas de falta de aire, pero en realidad tenía motivos de sobra para tener falta de aire ya que tenía tuberculosis. Cuestión es que se lo llevan para testear y da positivo. Volvieron a nosotros y también dimos positivo, por suerte totalmente asintomático, pero varios nos tuvimos que “cuarentenear” veintiún días. Eso fue gracioso porque un domingo a la noche recibimos un llamado del “comité central de COVID” diciendo que nos venía a buscar una ambulancia para llevarnos al centro de aislamiento, un lugar donde estaban separados hombres y mujeres, donde comían todos juntos. Y Patricio que es abogado, les peleo todo para que nos dejen quedarnos ahí.

Yo estaba resignada, me preparé la mochila, pedí un jogging a la bolsa de donaciones porque hacía frío y Patricio me miraba y me decía “¿Qué haces?”. Nos dejaron quedaron esa noche y al día siguiente que nos venían a buscar y nada, tres, cuatro días igual… así es Etiopía. A todo esto, nosotros intentando comunicarnos con nuestros embajadores y fue un desastre. El uruguayo me dijo “que macana” y el argentino “el problema en Etiopía es la información, no sabemos a dónde los mandan” …

Así que cumplimos el aislamiento ahí y en junio Pato me propuso matrimonio en una ceremonia muy linda con todos los pacientes participando que me daban rosas y no sé qué. Comenzaba otra aventura ¿dónde casarnos?  ¿En Uruguay? ¿Argentina? ¿Podremos? Todo era incertidumbre así que en octubre tomamos la decisión de casarnos en Etiopía. Sin nadie, imagínate. La familia de Patricio acompañó mucho el proceso, la mía “¿cómo se te ocurre casarte en Etiopía? ¡No vamos a estar!” Nos queríamos casar por iglesia, no nos importaba nada la fiesta así que nos casamos el primero de octubre, día de santa Teresita, una santa que nos gusta. Y ahí hubo que salir a buscar trajes y vestidos. Una monja que terminó siendo pariente de Patricio dijo “No se preocupen, tenemos la caja de donaciones que dice “Wedding dress”. No me jodas, ¿decís que dentro de esa caja va haber un vestido para mí? Terminé usando un vestido que había en aquella caja, fue un casamiento divino, con unos pocos amigos etíopes, con las monjas y nadie más. Muy lindo, allá se palpitan muy lindo los casamientos. Nos casó… ¡Un cura uruguayo!  Más increíble no se puede. Después de la ceremonia religiosa volvimos a la casa a festejar con los pacientes. Compramos comida, fue impresionante, tuvimos una previa y un festejo con ellos que fue muy lindo. De luna de miel nos fuimos a Tanzania, un lugar donde el tema COVID-19 no estaba tan salado, en realidad no lo controlaban. Estuvimos un mes allí y luego volvimos y nos fuimos al interior, a la montaña donde había un cura español con quien queríamos trabajar. El cambio fue fuerte, de la vida “de lujo” de la luna miel pasamos a un lugar donde no había baño, chozas de barro. Una aldea en la que todos los problemas son resueltos por los ancianos del lugar, que tendrán cincuenta años (ya que la expectativa de vida es muy baja) y todo es decidido por ellos.

¿Cómo sigue la historia?

Nadie validaba nuestro casamiento por lo que no podíamos volver juntos. Al final argentina aprobó y volvimos y en argentina quedo embarazada. Ahí ya todo era un desafío. Los dos desempleados, yo tenía que retomar el post grado y retomar los cuidados paliativos y Patricio que tenía que conseguir trabajo, parecíamos unos hippies barbaros, pero por suerte todo se fue acomodando. En agosto nació Teresita y ahora somos tres. Estamos viviendo en Uruguay, ya que como objetivo estaba primero terminar mi post grado en oncología, Patricio consiguió un puesto comercial en Pedido ya! que le encanta. Estamos acá, sin ninguna atadura. Somos una familia que está dispuesta a irse si en algún momento surge (si mis padres leen esto me matan). Los dos tenemos una inquietud muy grande desde ese lado del servicio y bueno, nunca se sabe, con hijos chicos todos pensamos que se puede.

¿Como ves a la sociedad uruguaya en general?

Veo una sociedad solidaria, En este tema del COVID -19 se vieron impulsadas muchas propuestas solidarias y ONG´s y asociaciones civiles que hacen proyecto, que dan ayuda. El comienzo de la pandemia fue muy duro, todos veíamos como el mundo se cerraba, la gente se moría. Casi todos perdimos seres queridos y yo creo que eso invitó a la reflexión de muchos.

Así como te decía que el paciente paliativo cuando está cerca del final reflexiona, crece y profundiza un montón, cuando vivimos una situación desafiante, estresante, o que amenaza nuestra vitalidad, primero nos asustamos, pero luego comenzamos a preguntarnos a cuestionarnos sobre lo que hicimos, ¿qué pasa si me enfermo?, ¿qué pasa si mi padre muere? ¿qué disfruté?

Todas esas preguntas -que cuando uno se enferma se disparan un montón, o que aquellos que experimentando el voluntariado también nos pasa- hicieron crecer a mucha gente que impulsó propuestas solidarias. Eso se vio claramente en Uruguay y me gustó mucho.

“EN ETIOPÍA HAY TRES MIL MEDICOS PARA CIENTO VEINTE MILLONES DE HABITANTES”

¿Cuál es tu sueño?

Tengo uno, que por suerte es compartido y es por eso que resultó tan linda la unión con mi marido que es la de viajar como misioneros unos años. Por supuesto que no me voy a pasar la vida criando hijos en África, por así decirlo, pero es un deseo muy grande.

Sueño con llevar los cuidados paliativos a África, un lugar que tanto los precisa.

Después, lo que suceda ya depende de Dios y de la suerte que tengamos, quizás no surge nada y nos quedamos acá. Van a venir más hijos así que quizás en algún momento algo familiar nos ate █

Entrevista: Ignacio Naón
Fotos: Archivo Pompa – Ignacio Naón

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